CUMBRE FINANCIERA DE PARÍS

NUEVO PACTO GLOBAL

¿QUÉ DEBE HACER?

Texto y Foto: Sébastien Treyer y Bertrand Badré – Project Syndicate

Imagen portada: Gerd Altmann – Pixabay

 

La Cumbre del Nuevo Pacto Financiero Global podría ser interpretada como una nueva reunión internacional donde se tratan conferencias climáticas periódicas de las partes (COP), así como de las reuniones del G7 y el G20, las siete y las veinte economías más avanzadas del mundo. Veamos qué opinan al respecto Sébastien Treyer (IDDRI) y  Bertrand Badré, ex director gerente del Banco Mundial.

 

Los países occidentales deben unirse al esfuerzo de transformar las instituciones financieras multilaterales. Foto: Gerd Altmann – Pixabay.

 

PARÍS – La falta de inversión en desarrollo sostenible en los países más pobres y vulnerables es uno de los problemas mundiales más acuciantes del momento, sobre todo ahora que muchos de estos países están sobreendeudados o lo estarán pronto. Los efectos de la pandemia de COVID‑19, la guerra de Rusia en Ucrania y los desastres que se producen como consecuencia del cambio climático impiden a muchas economías en desarrollo lograr un despegue y agravan las asimetrías estructurales de la economía mundial.

Hoy tendríamos que estar incrementando la inversión en desarrollo sostenible. En África subsahariana, hay que crear un adicional de dos millones de puestos de trabajo dignos por mes de aquí a 2035, sólo para seguirle el ritmo al crecimiento de la población en edad de trabajar. Pero grandes potencias como los Estados Unidos, la Unión Europea y China prestan muy poca atención a estos desafíos. En vez de eso, están concentradas en su propia competencia tecnológica, la reindustrialización, la descarbonización y en maniobras estratégicas de suma cero, todo lo cual puede agravar las condiciones en los países en desarrollo.

Como advierte la primera ministra de Barbados Mia Mottley, el sur global, incluidas sus economías emergentes, sigue en una situación financiera crítica, como la de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento, Estados Unidos comprometió fondos para la reconstrucción equivalentes al 3% de la renta nacional combinada de los países receptores, porque sabía que esa inversión reditúa en términos económicos y geopolíticos. Ahora los países occidentales que todavía dominan las instituciones de Bretton Woods deben reconocer que también a ellos les interesa poner en marcha una reforma financiera e institucional mundial que sea transformadora y no sólo incremental.

De lo contrario, las consecuencias serán catastróficas. Quedarán dadas las condiciones para una proliferación de desastres humanitarios en muchas partes del mundo, una debacle ecológica y el ascenso de China como principal potencia detrás de un conjunto alternativo de instituciones multilaterales creadas para atender a sus intereses. En este escenario todos saldrán perjudicados, ya que la fragmentación y la competencia entre diferentes instituciones e instancias normativas generará una dinámica de suma cero y la destrucción de bienes públicos globales.

Para evitarlo, los países occidentales deben unirse al esfuerzo de transformar las instituciones financieras multilaterales, aunque eso implique ceder una parte de su influencia a otros actores antes marginados. Y en la búsqueda de reformas sistémicas hay que resistir la tentación de limitarse a retocar los esquemas actuales. Es necesario reformular toda la conversación sobre el desarrollo para tener en cuenta cuestiones que han sido descuidadas, como la infraestructura y el papel del sector privado y de los flujos financieros no públicos.

La cumbre para un nuevo pacto financiero mundial que se celebrará en París los días 22 y 23 de junio apunta a ese objetivo. Pero aunque es una reunión importante, también supone riesgos. Si el único resultado fuera una declaración política vacía, podría ocurrir que el esfuerzo reformista mayor pierda credibilidad. Por eso los asistentes a la reunión deben producir un plan concreto que sea ambicioso pero a la vez realista y factible.

La cumbre plantea las preguntas correctas y ofrece una oportunidad para que todas las partes imaginen soluciones novedosas a los desafíos inéditos del presente. La discusión debería centrarse en tres horizontes temporales. El primero, es la reunión misma en la que los gobiernos deben acordar, por ejemplo, una suspensión de las obligaciones de servicio de deudas de aquellos países que enfrenten fenómenos climáticos catastróficos (como se hizo en lo peor de la pandemia de COVID‑19).

El segundo horizonte temporal cubre los próximos dieciocho meses (lo que queda de la presidencia india del G20 y a continuación la de Brasil). Puesto que sólo han pasado seis meses desde el anuncio de la cumbre de París, no ha habido tiempo suficiente para negociar acuerdos definitivos en relación con cuestiones políticas cruciales.

Aun así, la cumbre puede ser punto de partida para esa clase de negociaciones en los meses venideros, mientras los gobiernos encuentran el modo de superar obstáculos internos que impiden acciones más decididas. Por ejemplo, un acuerdo preliminar para mejorar la eficiencia en el uso del capital que ya tienen a su disposición los bancos multilaterales de desarrollo puede abrir la puerta a un futuro aumento de los aportes de capital por parte de los países donantes.

El tercer horizonte temporal abarca los próximos años, en los que habrá que hacer grandes reformas al sistema financiero internacional. Para preparar el terreno, en la cumbre se deberían explorar opciones para la movilización de diferentes tipos de donantes y el acceso a nuevas fuentes de financiación, con énfasis en la creación de nuevos mecanismos de tributación internacional.

Esto ayudará a ampliar el debate para que no se agote en la financiación oficial para el desarrollo. El sistema financiero actual no sólo sigue favoreciendo las inversiones contaminantes respecto de los proyectos sostenibles, sino también la especulación pura (por lo general en arcanos instrumentos financieros y bienes raíces) antes que la inversión productiva en los países pobres.

Consciente de la profundidad de estos problemas, hace poco el secretario general de la ONU António Guterres propuso un paquete integral de medidas para redirigir la financiación «improductiva e insatisfactoria» y corregir las asimetrías estructurales del sistema económico global. La cumbre de París debe dar impulso a este debate de modo que produzca resultados tangibles (entre ellos, la provisión de fondos públicos para dar apoyo a los países en desarrollo) en los meses y años venideros.

Es el momento de articular una agenda de reformas lo suficientemente ambiciosa para dar al sur global una esperanza real en el futuro.

 

Articulistas

Sébastien Treyer, es director ejecutivo del Instituto para el Desarrollo Sostenible y las Relaciones Internacionales (IDDRI).

Bertrand Badré, ex director gerente del Banco Mundial, es director ejecutivo y fundador de Blue like an Orange Sustainable Capital y autor de Can Finance Save the World (Berrett-Koehler, 2018).

 

Traducción: Esteban Flamini

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